Ilustración de Antoine de Saint-Exupéry para El Principito |
Muchos estudiosos defienden que la Fantasía como género moderno surge como un cuestionamiento de la categoría de «realidad». Parten de esta constatación: el sentido común de una época considera «reales» una serie de cosas e «irreales», «falsas» o «imposibles» otra serie de cosas. Según ellos, el género fantástico juega a introducir en ese «sentido común» lo que se considera irreal, falso o imposible y lo hace aparecer como verdadero, eficaz, poderoso. De esta forma, en esas obras, el considerado orden natural de las cosas se ve amenazado o alterado… y precisamente en lo que provoca en la obra –y en el lector– esa alteración, residiría lo específico de lo fantástico.
En líneas generales, es un planteamiento razonable. Pero, después de decir esto, algunos estudiosos sacan otras conclusiones, a mi juicio más discutibles. Sostienen, por ejemplo, que la intención de estas obras es subvertir los valores, fomentar el relativismo, cuestionar viejos dogmas, quebrar definitivamente la noción básica de «realidad». Esto, que quizá sea el objetivo de algunas obras de fantasía, no lo es de otras. Es muy fácil encontrar obras maestras de este género que más bien lo que hacen es recuperar viejos dogmas, restaurar valores y afirmar un realismo radical sobre cuestiones que precisamente el sentido común de nuestra época considera «irreales», como el Bien y el Mal encarnados.
En el ámbito anglosajón, C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien y G.K. Chesterton abanderaron una utilización del género fantástico para combatir la estrecha noción cientificista de realidad que era el sentir común de su época y para volver a proponer como muy reales –más reales que la realidad cotidiana– los valores del espíritu y la tradición judeo-cristiana y greco-romana.
El caso de El Principito es quizá más significativo, en cuanto que todo el libro gira en torno al descubrimiento de «lo esencial» que, sin embargo, siendo lo más importante y verdadero, «es invisible a los ojos». De ahí la constante acusación a las personas mayores de ser ignorantes e infelices porque sólo se fijan en la superficie y los números. Este pequeño de libro de Saint-Exupéry cumple con lo dicho sobre la fantasía en el primer párrafo de esta nota. Pero, lejos contener una propuesta relativista o subversiva, se consagra a recuperar –si bien, de un modo nuevo– la visión fundacional de la cultura Occidental. Aquella que revela que el mundo está sostenido por vínculos espirituales e invisibles cuya fuerza última es el amor.
Esto, que tal vez es fácil de intuir para muchos, requiere, en el ámbito académico, de una sólida fundamentación. A ella ha contribuido Abellán-García con "Le Petit Prince y la imaginación de lo invisible", en el Anuario de Estudios Filológicos, vol. XLIII, nº 2020, pp. 5-23.
En líneas generales, es un planteamiento razonable. Pero, después de decir esto, algunos estudiosos sacan otras conclusiones, a mi juicio más discutibles. Sostienen, por ejemplo, que la intención de estas obras es subvertir los valores, fomentar el relativismo, cuestionar viejos dogmas, quebrar definitivamente la noción básica de «realidad». Esto, que quizá sea el objetivo de algunas obras de fantasía, no lo es de otras. Es muy fácil encontrar obras maestras de este género que más bien lo que hacen es recuperar viejos dogmas, restaurar valores y afirmar un realismo radical sobre cuestiones que precisamente el sentido común de nuestra época considera «irreales», como el Bien y el Mal encarnados.
En el ámbito anglosajón, C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien y G.K. Chesterton abanderaron una utilización del género fantástico para combatir la estrecha noción cientificista de realidad que era el sentir común de su época y para volver a proponer como muy reales –más reales que la realidad cotidiana– los valores del espíritu y la tradición judeo-cristiana y greco-romana.
El caso de El Principito es quizá más significativo, en cuanto que todo el libro gira en torno al descubrimiento de «lo esencial» que, sin embargo, siendo lo más importante y verdadero, «es invisible a los ojos». De ahí la constante acusación a las personas mayores de ser ignorantes e infelices porque sólo se fijan en la superficie y los números. Este pequeño de libro de Saint-Exupéry cumple con lo dicho sobre la fantasía en el primer párrafo de esta nota. Pero, lejos contener una propuesta relativista o subversiva, se consagra a recuperar –si bien, de un modo nuevo– la visión fundacional de la cultura Occidental. Aquella que revela que el mundo está sostenido por vínculos espirituales e invisibles cuya fuerza última es el amor.
Esto, que tal vez es fácil de intuir para muchos, requiere, en el ámbito académico, de una sólida fundamentación. A ella ha contribuido Abellán-García con "Le Petit Prince y la imaginación de lo invisible", en el Anuario de Estudios Filológicos, vol. XLIII, nº 2020, pp. 5-23.
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