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Anuncio | II Congreso Internacional Imagen y Reconocimiento: cada imagen es un mundo

Temática general: imagen y reconocimiento, desde una perspectiva interdisciplinar

Lema del congreso: “Cada imagen es un mundo”

Fechas: 5 y 6 de marzo de 2020

Lugar: Universidad Francisco de Vitoria

 

Introducción

Julián Marías, uno de los filósofos españoles más destacados de la segunda mitad del siglo XX, escribió semanalmente sobre películas durante casi cuatro décadas, logrando una singular combinación entre la crítica cinematográfica y el ensayo antropológico (Cf. Alfonso Basallo, Julian Marías, crítico de cine, 2016). Algunos filósofos de su generación le afearon que se ocupara de un fenómeno, el cine, entonces poco valorado intelectualmente; sin embargo, Marías, además de definirse como “un espectador fiel y entusiasta”, consideraba urgente ampliar los horizontes de la razón humana mediante la facultad de la imaginación (Julián Marías, La imagen de la vida humana, 1955).

En este congreso buscamos ofrecer una mirada humanística sobre las diversas formas de producción audiovisual (fotografía, narrativa audiovisual y transmedia, cómic, videojuegos…), de cualquier género y formato, que explore la potencia expresiva de la imagen como camino del reconocimiento de lo humano, prioritariamente desde las cuatro áreas temáticas propuestas. 

Queda inaugurada la llamada a comunicaciones (call for papers) para investigadores, productores y estudiantes de grado, postgrado y doctorado.

Áreas Temáticas

1. Cada imagen es un mundo

 La palabra “mundo” tiene diversos significados. En sentido fuerte, “mundo” equivale a “realidad”, el conjunto de todo lo que existe. Así, en el mundo nos encontramos a nosotros mismos relacionándonos con otras personas y objetos, por ejemplo, con series de televisión como Chernóbil (2019). Pero ocurre que el mundo es siempre visto en perspectiva personal o social y, en este sentido, hablamos del “mundo personal” (la circunstancia de cada cuál) o del “mundo histórico o social” (la circunstancia de un grupo de personas que conviven en un espacio y tiempo determinado). Así, resulta que la serie Chernóbil forma parte del mundo personal e histórico de algunas personas, mientras que para otras personas esa serie no existe, no forma parte de su mundo. Finalmente, llamamos “mundo de la obra” o “mundo ficcional” al creado por un autor y habitado por al menos un personaje. En ese sentido, la serie Chernóbil nos presenta un “mundo ficcional” que guarda una más estrecha o lejana relación con un acontecimiento histórico ocurrido en el “mundo”.

Al repasar algunas de las series de televisión más exitosas de los últimos años, llama la atención el acento que muchas de ellas ponen en el “mundo” en el que se desarrolla la acción, por encima del protagonismo de sus personajes. Sirvan de ejemplo Modern Family (2009-), Silicon Valley (2014-), The Big Bang Theory (2007-2019), The Wire (2002-2008), Gotham (2014-) y Black Mirror (2011-). Todas tienen en común el presentarnos un mundo con el que en cierto modo tenemos que contar. La convivencia entre diversos modelos de familia (presentes en “nuestro mundo”, pero no en el de nuestros mayores), los valores que han cambiado la faz del mundo desde el valle del silicio, el auge de la cultura freak, la deshumanización o el desquiciamiento que provocan algunas ciudades modernas, las consecuencias de las nuevas tecnologías en nuestras vidas… Son cambios en “nuestro mundo” y debemos aprender a reconocernos a nosotros mismos en esta nueva situación. Otras misiseries, como Chernóbil (2019) o Patria (2020), parecen presentarse como relatos definitivos de episodios históricos relevantes para nuestro presente y futuro próximo. Algo de esto se ha trabajado ya en las obra colectiva editada por Enrique Fuster (Identidad y reconocimiento en cine y televisión, 2017), pero este fenómeno no es exclusivo del relato audiovisual: videojuegos como Papers, please (2013), cómics como los que forman la serie de Las ciudades oscuras (1983-) y exposiciones fotográficas, como la ya clásica The family of Man (1955), suscitan reflexiones similares.

En esta área temática se admiten comunicaciones de tres tipos:

  • Trabajos de reflexión teórica sobre la capacidad de las imágenes y las obras audiovisuales para presentarnos un mundo significativo, de forma que podamos captar en él, según la feliz sinécdoque del teólogo Hans urs von Balthasar, El todo en el fragmento (1963)
  • Análisis herméneutico, textual, estético o close reading de imágenes y obras audiovisuales en cuanto que totalidades significativas en las que podamos reconocer nuestro mundo y ensayar imaginativamente diversas posibilidades de habitarlo y realizar nuestra vida en él. El texto ha de estar en el centro, evitándose usarlo como excusa para imponer discursos ideológicos. 
  • Reflexiones teóricas y propuestas metodológicas innovadoras relacionadas con los procesos de creación y producción de mundos ficcionales (worldbuilding).

 2. La imagen, medio de “identificación”

Una de las posibilidades de la imagen es la de representar la realidad, de modo que la imagen sea tomada como documento, huella, testimonio de un pasado histórico o personal que puede ser utilizado como prueba en sede judicial. Así, al testimonio del autor (y su veracidad y honestidad personal) se incorpora la verosimilitud retórica de la imagen (la credibilidad del documento). La imagen da noticia de realidades a las que de otro modo no accederíamos y parece ayudarnos a discernir lo verdadero de lo falso. Pero, por estas mismas razones, la imagen, apariencia de verdad, puede transformarse en un recurso para la manipulación eficaz.

Además ocurre que la imagen tiene la virtud de presentarnos hoy una realidad del pasado, evidenciando el paso del tiempo y sus efectos. Hay un límite sutil y terrible entre lo identificable y lo que ha cambiado tanto que las posibilidades de identificación quedan frustradas. Un límite que nos alerta sobre la condición del mundo y de lo humano. Y, más allá de ese límite, el cambio de lo que fue y ya no es: la caducidad, la ruina y la muerte. ¿Puede el paso del tiempo comprometer la posibilidad de “identificación”? ¿Puede la producción de imágenes vengar el paso del tiempo? ¿Es la imagen supuestamente objetiva –pongamos por caso, la del carnet de identidad– la más adecuada para revelar la personalidad del retratado?

Finalmente: el tema de la imagen como medio de identificación parece remitir al género documental, cuya pretensión es ser preciso, objetivo, neutral. ¿Qué ocurre con la imagen autoral, artística o ficcional? ¿Cabe juzgar al artista como veraz o carente de esa virtud? ¿Pueden estas otras imágenes ser testimonio en el que reconocer alguna verdad más allá de lo empírico?

En esta área temática de admiten reflexiones teóricas y análisis de casos y obras audiovisuales que aborden estas cuestiones.

3. La imagen y la “anagnórisis” o el reconocimiento de uno mismo

Las relaciones entre “el retrato” y “el sujeto retratado” nos invitan a pensar sobre el reconocimiento de nosotros mismos en la fotografía y el audiovisual. Esas reflexiones nos invitan a considerar insuficiente el parecido físico, empírico; y nos invitan a distinguir, con el teórico de la Estética Pável Florenski (El iconostasio: Una Teoría de la Estética, 2016), entre “rostro” (la materia objetiva con la que trabaja el retratista), “máscara” (un gesto o expresión vacía) y “semblante” (una manifestación de la auténtica interioridad del sujeto). 

Por otro lado, el reconocimiento de uno mismo tiene una gran tradición en las artes dramáticas, al menos desde la Poética de Aristóteles: la agnición o anagnórisis, esa revelación que sufre el personaje sobre sí mismo, en la que también se reconoce el espectador, que culmina la catarsis o purificación del alma. La sanación del alma por medio del reconocimiento de uno mismo (de nuestros deseos, virtudes, miserias, etc.), ¿es patrimonio exclusivo del arte o puede ser también una función de la imagen documental? 

También nos reconocemos en nuestras acciones, capacidades o incapacidades, promesas, prácticas sociales o colectivas, pertenencia a grupos sociales o gremios… de forma que la imagen documental de nuestra historia personal y de nuestro entorno cultural puede ser fuente para el reconocimiento de uno mismo. 

En esta área temática de admiten reflexiones teóricas y análisis de casos y obras audiovisuales que aborden estas cuestiones.

 4. La imagen como “puente” o la lucha por el reconocimiento mutuo

 “El reconocimiento mutuo” supone, en un sentido, reconocer al otro en su otredad. Reconocer al distinto, distante, ajeno, al que no es de los míos, al que cuestiona mi (o nuestro) mundo y exige atención, respuesta, preocupación. El reconocimiento mutuo supone, en sentido inverso, la lucha por ser reconocidos nosotros mismos, por lograr el reconocimiento y la estima del otro o del conjunto de la sociedad para mí o los míos. Una lucha que se libra en varios frentes: el jurídico que reclama derechos, el psicológico que reclama la estima social, el espiritual que anhela la paz en una convivencia regida por el intercambio de dones entre quienes son distintos (Paul Ricoeur, Caminos del reconocimiento, 2005). 

Durante los siglos XIX y XX la lucha por el reconocimiento ha sido a menudo, más que una lucha, una guerra. El debate ideológico, dialéctico, de afirmación de sí por negación del otro, ha invadido todas las esferas de la vida. ¿Qué pasaría si la lucha por el reconocimiento no fuera una guerra de unos contra otros sino una “lucha amorosa de inteligencias” (Karl Jaspers, Introducción a la filosofía, 1951) que nos permita comprender nuestra identidad, reconocer al otro y reconocernos a nosotros mismos en el otro? 

El reconocimiento mutuo que abandona la actitud “dialéctica” en beneficio de una actitud “dialógica” o buscadora de encuentro, ha sido también una constante en buena parte del trabajo documental y artístico de nuestro tiempo. 

En esta área temática se admiten reflexiones teóricas y análisis de casos y obras audiovisuales que aborden estas cuestiones.

Más información en simufv.es.

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