Cuenta Aristóteles al comienzo de su Política que los hombres, a diferencia de los animales, no sólo tienen voz, sino también palabra (logos), y que esta les es dada para discernir juntos sobre lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo inconveniente, lo verdadero y lo falso y ordenar, de esta forma, la vida en la familia y la ciudad. Ocurre a menudo que el orden que los seres humanos imprimimos a nuestra vida familiar y social nos permite reconocernos mutuamente entre nosotros y reconocer el mundo como hogar. Pero ocurre también con frecuencia que el orden que imprimimos a la vida, o que otros imprimen por nosotros, nos resulta extraño, ajeno, invivible. Y entonces alzamos la vista a las estrellas, nos preguntamos si otro mundo es posible y tratamos de imaginar cómo podría o debería ser. En este mundo que hemos heredado, nos toca hacer nuestra vida cambiando algunas cosas, tratando de preservar otras e inventando, quizá, alguna nueva. Finalmente...